Daniel, siempre Daniel

Once años ya del paso fugaz de nuestro Daniel por nuestra amada Arequipa… Ahora puedo hacer más mías, las palabras que escuché a un misionero hace ya mucho tiempo… «TODO ES GRACIA»… Así es, y así lo siento con Daniel. Él, con su breve vida, vino a mostrarnos qué el Amor es más fuerte que la muerte y que venimos de Dios y a Dios volvemos… Y qué lo único importante son las huellas de amor que por aquí dejamos…

Este año, de manera especial, resuenan en nuestro corazón las palabras que nos escribió el P. Vicente Reig, (un comboniano qué estaba entonces en África), al enterarse de la noticia… Fueron un consuelo profundo en aquel primer momento de caos y desde entonces nos acompañan.

"...el regreso a la casa del PADRE de vuestro querido hijo Daniel. Os digo que me conmovió, porque sentí  como es capaz la fe, vuestra fe, de superar la tremenda experiencia que habías vivido... Vosotros regresaréis a España, pero Daniel se quedará en Perú, como Comboni, confundido con esta tierra que vosotros habéis amado y que nunca olvidaréis..."

Con humildad, le pido a Dios, que sepamos corresponder a tanto don recibido y que seamos fieles mensajeros del amor eterno y de la esperanza inquebrantable que ÉL siempre nos regala. Ojalá sepamos ser caricia y consuelo para este mundo tan roto y falto esperanza.

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10 años con Daniel tatuado en mi alma

Me parece increíble que ya hayan pasado diez años sin ti, hijo mío, mi querido Daniel. Te esperábamos con cariño infinito y enorme entusiasmo, en aquél comienzo del verano de diciembre de 2012 en nuestra amada Arequipa… Para nada imaginábamos que venías para mostrarnos un «plan de vuelo distinto» y una «maternidad diferente».

Me enseñaste a «abrazar la Muerte, cuando esperábamos Vida» y nos vimos obligados a empezar un camino de duelo y amor en el que nunca imaginé que podía derramar tantas lágrimas. No fue un camino fácil al principio… Me consolaba el saber que el Amor es más fuerte que la muerte e intuía, en lo más profundo del dolor, que tú Vida tenía que tener algún sentido, aunque en esos momento no entendía absolutamente nada.

Poco a poco, las lágrimas fueron empapando la tierra y fueron creciendo nuevas semillas. A fuego lento, muy lento al principio, fuí recuperando la esperanza y entendiendo que hay vidas largas y vidas cortas. Empecé a aceptar que Daniel venía a esta tierra para una vida cortita pero no por eso menos real, menos plena ni auténtica. Comprendí que, con su vida y su muerte, nos traía un mensaje de AMOR con mayúsculas y nos invitaba a contemplar el milagro de la vida con ojos nuevos.

Diez año después de su paso por nuestras vidas sólo puedo decir GRACIAS. Gracias Daniel por existir, por hablarme de esperanza inquebrantable, de amor incondicional y de eternidad. Gracias a mi pequeño Pablo entonces, gran hermano mayor, porque fuiste mi «toma de tierra» y me enseñaste a recorrer el camino del duelo con inocencia y naturalidad. Gracias a Jose, gran compañero de mi vida, en mis momento más frágiles fuiste roca firme en la que refugiarme. Gracias a los padrinos de Daniel, Isabel y Gonzalo, que en vez de un bautizo pagaron su entierro y así nuestro hijo descansa en paz junto al Misti, majestuoso volcán de Arequipa. Gracias a mi madre y a mi hermana Alba que hicieron el viaje transoceánico más difícil de sus vidas para acompañarnos en aquellos momentos. Gracias a toda nuestra familia que a pesar de la distancia volaron con el corazón desde España. Gracias a nuestra sra. Bety y a toda su familia, por acogernos como familia suya. Gracias a todas los jóvenes y familias que tuvimos el privilegio de conocer en Arequipa, a nuestros amigos de allá que nos cuidaron y acompañaron tanto. Gracias a nuestra querida comunidad LMC, con los que compartimos fe y amor a Jesús y el sueño de otro mundo posible. Gracias a María, icono de mujer humilde y madre valiente, que también vivió el desgarro de perder a un hijo. Gracias a nuestros amigos de acá, por acompañarnos siempre y aprender a querer a Daniel sin haberlo conocido. Gracias a Gaby y a Noemí, nuestros pequeños arcoiris, ellos llenaron nuestras vidas de infinita ternura y nos ensenaron a volver a confiar.

Gracias a mis comadres del cielo Paloma, Rosa, Pilar, Cati, Loli y M. Eugenia. Gracias a ellas son posibles los grupos de apoyo al duelo. Contemplo con profundo agradecimiento el misterio y la grandeza de cada una de las personas que han llamado a nuestra puerta. Desde 2014, han sido muchas las familias que han pasado por estos grupos. A todas y cada una de ellas les quiero dar las gracias por abrirnos su corazón y por poder compartir su camino de duelo y amor. Me conmueve y me llena de esperanza ver los lazos que se crean.

Diez años ya, hijito, contigo tatuado en mi alma. A igual que tus hermanos juegan con el boli de tinta invisible que sólo se ve con luz azul, tú, mi querido Daniel, sigues escribiendo en mi vida con tinta invisible que sólo se ve con la luz del corazón.


Te quiero, siempre,


tu mamá.

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Nuestra querida Asun, comadre de mi corazón

El pasado 10 de septiembre cumpliste 78 años. Al día siguiente, escuchando la celebración de la misa desde tu Hogar te quedaste “dormida” y te fuiste para siempre… Estoy convencida, que el mismo Jesús vino a buscarte.


Quiero dar gracias por tu vida, por tu gran generosidad y entrega. Doy gracias a Dios por haberme permitido conocerte. Yo tenía unos 16 años cuando te conocí haciendo un voluntariado en “Frater”. Después comenzó una bonita amistad.


Fuimos creciendo juntas y estuviste conmigo y con mi familia en los grandes momentos de mi vida. Nuestro cariño se consolidó cuando Jose y yo te elegimos como madrina de nuestro primer hijo y nos hicimos familia para siempre. Sin duda, no pudimos elegir una madrina mejor para Pablo, llena de amor, de derroche de generosidad y de pequeños grandes detalles con los que te hacías siempre presente en nuestras vidas.


Gracias por tu testimonio de fe y tu vocación misionera. Era conmovedor verte tan implicada en Manos Unidas, gastando tu tiempo, poniendo tus manos y soñando con otro mundo posible para los que menos tienen.


Gracias por estar todo este tiempo con nosotros. Gracias por cuidarnos tanto y querer tanto a tu ahijado Pablo y a sus hermanitos, Gaby y Noemí, a los que tratabas también como si tu fueras su madrina. Ahora sabemos que nos esperas junto a Daniel, y desde allí seguirás cuidándonos.


Te queremos muchísimo, nuestra querida Asun, comadre de mi corazón. Siempre, siempre, siempre estarás en nuestros corazones.

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Aplausos

Durante el confinamiento de la primavera de 2020 se hizo «viral» salir al balcón todos los días a las 8 de la tarde para aplaudir. Decían que era una forma de agradecer, especialmente a los sanitarios, su entrega y compromiso por trabajar en primera línea. También a los miembros de las Fuerzas de Seguridad del Estado, a los bomberos, a las cajeras de los supermercados, a los encargados de la limpieza de las ciudades… Aplaudir a los héroes de esta pandemia.

Al principio me encantó la idea. Era una forma de poner un poco de rutina en los atípicos días. En cuanto se escuchaban los primeros aplausos ya sabíamos qué hora era y salíamos a la ventana para aplaudir. Pero nos lo tomamos como una tarea muy seria, y competíamos por ver quién hacía mas ruido: cacerolas, silbatos, un micrófono con altavoz, hasta rescatamos la bocina de la bici. Era un momento de encuentro y de fiesta. Aprovechábamos para saludar a los vecinos, para reirnos un poco, para descubrir a familias de otros edificios a los que apenas conocíamos pero con los que teníamos una «cita» cada tarde.

Pero enseguida me fui desencantando. Nos trataban como héroes pero no lo éramos. somos profesionales que siempre hemos realizado nuestro trabajo con entrega, capacidad y competencia y también con mucho sacrificio, porque el trabajo que elegimos lo requiere. Requiere noches en vela, festivos sin la familia, y muchos otros esfuerzos que ya conocemos. Y a medida que en mi planta el trabajo se hacía más duro, que la incertidumbre por lo que venía se acrecentaba, sin saber si habría o no material suficiente, con el hospital patas arriba por una pandemia que jamás podríamos imaginar, a medida que algunos compañeros enfermaban o que en cuanto tenías algún síntoma tenías que aislarte, a medida que te llegaban noticias de que algún familiar de alguien conocido había fallecido o algún compañero estaba aislado en su propia casa sin poder ver a sus hijos, el desánimo y la desilusión iban creciendo y los aplausos, más que un homenaje, empezaron a ser como un martilleo en los oídos.

Todos los niños y mayores esperaban ansiosos en sus ventanas que pasaran los coches de policía o los bomberos con sus luces y sirenas y yo no podía evitar pensar si no tenían nada mejor que hacer, por ejemplo controlar a aquellos que no cumplían las normas y que nos ponían a todos en peligro. Los turnos en el hospital eran cada vez más duros. Trabajar con el epi requería un esfuerzo físico enorme pero la carga emocional y psicológica era aún mayor. Y los aplausos me parecían casi un fraude: vestíamos de fiesta lo que para mí era un velorio. Tenía que hacer un esfuerzo muy grande para mantener la fortaleza necesaria para hacer mi trabajo y los aplausos no solo no me ayudaban sino que mas bien lo entorpecía.

Me habría ayudado mayor responsabilidad por parte de la gente. Huir de la suspicacia y la picaresca para saltarse las normas. Me habría ayudado poner medidas más justas, y no otras que favorecían a unos pero acorralaban a otros , sobre todo a los niños, para mí los auténticos héroes de todo esto. Al llegar a casa después de unas horas interminables de sudor y lágrimas, hubiera necesitado poder salir a hacer un poco de ejercicio o pasear para despejarme, pero eso solo era permitido a otros colectivos más elitistas. Un runner maratoniano no podía dejar de entrenar pero yo no podía desestresarme un rato después de haber amortajado a un anciano que había muerto solo en una habitación y a los que su familia no podría velar ni siquiera enterrar como él hubiese querido. Y sobro todo me habría ayudado que en cuanto se levantaran las restricciones no hubiésemos vuelto a las mismas exigencias de siempre y a no valorar el trabajo y el esfuerzo diario.

Pero hace tan solo unos días, me tocó entrar en una habitación con el epi, donde estaba Arthur, un paciente «guiri» con una neumonía por covid pero que se encontraba bastante bien. Cuando terminé de ponerle la medicación y me despedí me dió las gracias en su español gibraltareño y me aplaudió. Me dió un aplauso sincero, verdadero, honrado, profundo. Me dió las gracias de verdad, reconociendo mi esfuerzo. Viendo mi sudor y mis gafas empañadas a través de la pantalla antisalpicaduras y adivinando mi sonrisa a través de mi doble mascarilla, sintiendo mi apretón de manos entre la doble capa de guantes. Y volvió a aplaudir cada vez que entramos en la habitación. Y lo hizo todas y cada una de las veces que entró cualquier profesional para cualquier cosa: desde ponerle medicación hasta hacerle la cama, pasando por limpiar el baño o entregarle la comida. Nos aplaudió a todos cada una de las veces que nos acercamos a él.

Por eso, mi aplauso diario, mi reconocimiento y mi homenaje de cada día, desde mi recóndito balcón al que me asumo con prudencia, incluso a veces con algo de vértigo, desde ese rinconcito infranqueable de mi interior que pretende ver la vida con perspectiva, ese aplauso es para Arthur y para todos y cada uno de mis pacientes. Para todas aquellas personas que en este tiempo han pasado por mi vida desde ese lado de las sábanas. Para aquellos que se fueron de alta y para los que se fueron alto. Para todos mi aplauso sincero. Porque a pesar de todo, ellos sufrieron la peor parte y yo, sin dudarlo, solo cumplía con mi trabajo. Aquel que un día juré dedicar mi vida y todo mi esfuerzo.

Juramento deontológico de la enfermería

  • El objetivo principal de mi labor será la salud de los pacientes.
  • Guardaré el máximo respeto a la vida y dignidad humanas.
  • Practicaré mi profesión con la debida conciencia y dignidad.
  • Procuraré mantener mis conocimientos en los niveles que me permitan ejercer la profesión con dignidad y seguridad.
  • No permitiré que prejuicios de edad, sexo, religión, nacionalidad, raza, opinión política, condición social o estado de salud afecten a mi trabajo.
  • Mantendré en secreto todos aquellos asuntos que me fueran confiados, o de los que tenga conocimiento en la práctica de mi profesión.
  • Me opondré, aunque reciba coacciones o amenazas, a utilizar mis conocimientos personales para fines que puedan causar perjuicio a los seres humanos.
  • No realizaré experimentación que entrañe riesgo innecesario o sufrimiento.
  • No aceptaré una responsabilidad que no sea de mi competencia, en detrimento del cumplimiento de mis propias funciones.
  • Estaré siempre alerta de los peligros del desánimo, el cansancio y la desilusión, tomando como estandarte la Promoción de Salud como bien social y el bienestar humano como fin último.
  • Dedicaré mi vida y mis esfuerzos desde mi puesto a prevenir la enfermedad, pro-mocionar y mantener la salud de la sociedad, a atender, rehabilitar e integrar socialmente al hombre sano y enfermo.
  • Administraré y haré el mejor uso de los recursos materiales y humanos que en cada momento me sean asignados.
  • Defenderé y dignificaré a través del estudio y la investigación constante para que con mi aportación se engrandezca nuestra profesión, y llegado el caso transmitiré mis conocimientos, experiencias y filosofía a las generaciones de enfermeros/as venideras.

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Maldito virus

Hace unos días me puse la vacuna contra el Covid-19. Parece que si no te haces una foto y la publicas en Facebook la vacuna no hace efecto, pero la verdad es que ni me hice la foto ni he publicado nada al respecto aunque confío en que la eficacia de la vacuna se mantenga intacta.

La verdad es que estaba muy emocionado mientras que me ponía la vacuna. Lo primero que me pasó por la cabeza fue la imagen de mi madre, posiblemente la persona más vulnerable que tengo próxima y a la que más puede beneficiar si me inmunizo ya que me gustaría cuidarla muy de cerca y sin barreras. También pensé en mis hijos y mi mujer, en los que pienso cada día cuando me pongo el EPI y por quienes me cuido y me protejo con esmero. No quisiera que ellos pagaran, más de lo que ya lo hacen, las consecuencias de mi trabajo.

Pero también pensé en mi, en lo privilegiado que era en ese momento. Porque no pude evitar acordarme de toda mi gente de Arequipa a quienes les queda una eternidad para poder vacunarse. Pensé en aquellos amigos que han enfermado, en los que han pasado auténtica necesidad porque se han quedado sin su «chamba» por el confinamiento, en los que tuvieron que endeudarse para conseguir de estraperlo una botella de oxígeno para poder recuperarse en casa porque en el hospital ya no había alternativas. Pensé que para el coronavirus también hay ricos y pobres.

Pero esto último no es cierto del todo. El maldito virus no distingue entre unos y otros, lo que pasa es que depende de dónde vivamos y de las opciones que tengamos en la vida, las posibilidades de salir vivos de esto cambian en gran medida. Y se que en nuestro país son muchos los fallecidos y más los enfermos. Se de primera mano el colapso de los hospitales y el esfuerzo enorme de los que trabajamos en ellos, conozco a algunos de los 51000 sanitarios contagiados en España (5800 en los últimos días) pero es que todo esto se multiplica por un montón cuando se trata de un país del Sur. El número de niños sin escolarizar en el mundo se incrementará en 24 millones este año por culpa de la pandemia, a pesar de que se sabe a ciencia cierta que la educación es la mejor vacuna para el desarrollo. A perro flaco, todo son pulgas.

Mientras tanto, seguiremos echando de menos los besos y los abrazos, ahora que más los necesitamos. Nos hace falta recuperar la salud pero también la cercanía y la proximidad. Nos hace falta volver a dar un abrazo a ese amigo al que extrañamos, o a esa compañera a la que he visto emocionarse ultimamente al salir de una habitación o que se que se ha ido llorando a casa. Mientras llega ese momento, mientras volvemos a esa «normalidad», vayamos por la vida descalzos, porque la tierra que pisamos es tierra sagrada, y porque si no trascendemos este tiempo, este tiempo pasará y seremos recordados por no saber aprovechar la oportunidad que nos dio la vida.

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Arequipa, siempre Arequipa

20170625_163143El pasado fin de semana nos encontramos con nuestra comunidad LMC de Granada para evaluar este curso y programar el siguiente. Fue un tiempo de descanso, de encuentro, de convivencia.

También pudimos encontrarnos de nuevo con Paula y Neuza, las dos LMC portuguesas que se encuentran en Granada en su preparación inmediata antes de partir a misión. Ellas dos irán en Agosto a Arequipa, donde nosotros estuvimos y donde tenemos nuestro corazón.

Paula y Neuza, además de aprender español (que lo hablan genial), están conociendo la realidad de Perú y de la misión. Se encontraron con Felix y Antonia, LMC de Barcelona que estuvieron varios años en Huánuco, en la sierra andina, y con Isabel y Gonzalo, nuestros compañeros de misión en Arequipa.

Para nosotros hablar con ellas de Perú, contarles nuestra experiencia, enseñarles fotos, recordar a tantas personas y tantos lugares… ha sido maravilloso. Hablar de Perú y de Arequipa es siempre maravilloso. Ellas van para Arequipa y en cierto modo nosotros también vamos con ellas. Ojalá pudiéramos acompañarlas en carne y hueso, pero al menos nos sentimos unidos en la misión y en la seguridad de que somos una sola familia.

Seguro que este tiempo que entregan al servicio directo y cercano de quienes mas nos necesitan va a ser un tiempo gozoso. Seguro que las van a acoger con tanto cariño como hicieron con nosotros y seguro que van a derramar mucho amor y mucha entrega. Porque Arequipa se te mete en el corazón para siempre. Seguro.

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Confirmando la fe

El pasado viernes 21 de marzo Pablo recibió el sacramento de la Confirmación en nuestra Parroquia de Marbella. A los de mi «quinta» nos suena raro esto de confirmarnos tan pronto, pero el caso es que en nuestra diócesis es así desde hace unos años: antes de hacer la primera comunión, los niños se confirman.

Y Pablo ha querido confirmarse. Lo hace con la fe inocente pero firme de un niño que quiere seguir el camino de un Maestro y amigo que le guía por un camino de solidaridad, de entrega, de servicio, de compartir, de ayuda a los demás…

Pablo ha confirmado lo que hace 8 años afirmamos por él. El tiempo pasa y él va creciendo deprisa. El rubito pelón de entonces es un muchacho entusiasta y sensible que sabe lo que quiere y que  argumenta todas y cada una de sus decisiones. Un niño alegre y amigable, lector incansable y músico y cantante desenfrenado.

Estamos en camino. En su camino. Ahora contamos con dos padrinos más en el viaje.

Que el Espíritu te guíe.

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Felicidades Daniel, contigo siempre en el corazón

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Mi querido Daniel,

¡¡¡cuatro años…!!!

Ayer empezamos a recordar con mucho cariño como fue tu venida a esta tierra. Papá, Pablo y yo te esperábamos con gran amor. Recordamos el precioso parto que nos regalamos, tu mirada color cielo, tu suavidad, tu dulzura… mi pequeño arequipeño… Las dos horas que estuvimos juntos los cuatro fueron entrañables y las guardo como un gran tesoro en mi corazón.

Al igual que viniste, te fuiste… despacito, suavemente… te marchaste y, con gran humildad y sabiduría, nos enseñaste el camino de regreso a casa…

A nosotros aquí, nos tocó comenzar el difícil y sanador camino del duelo. Gracias a ti empezamos a contemplar el milagro de la vida con ojos nuevos. Por el vacío que dejaste en nuestras almas rotas fue entrando una nueva luz que nos hablaba de esperanza, de ternura ilimitada y de amor eterno. Y fuimos, poco a poco, recorriendo esta maternidad diferente, esta maternidad espiritual,  que nos hace capaces de contemplar la vida de manera nueva, que nos ensancha el corazón y nos ha regalado el conocer en el camino a familias maravillosas que enriquecen y llenan de luz y de color nuestra vida.

El otro día leía con gran emoción una preciosa reflexión que encontré en el blog de Alicia «El planeta de Olivia y Violeta»:

«No siendo ni mi marido ni yo personas religiosas (y con todo el respeto, confiando en que nadie pueda sentirse ofendido por este comentario), mi marido me dijo una vez:
 «Olivia es lo más parecido a Jesucristo que tenemos en nuestra vida. Que su muerte no sea en vano. Olivia nos ofrece una redención y una nueva vida. Somos mejores gracias a ella». 

Y ese es hoy mi deseo Daniel, en tu cuarto cumpleaños. Qué tu muerte, hijo, no sea en vano.

Cuatro años después de tu paso por nuestras vidas puedo decir que doy gracias a Dios, a la Vida, por tu existencia. Gracias por mostrarme que el AMOR es más fuerte que la muerte, gracias por todas las sincronías y regalos del corazón que he ido encontrando a lo largo de estos años, gracias por enseñarme a mirar la vida con ojos de niña, gracias por ser mi hijo, mi pequeño y eterno niño del amanecer.

¡Felicidades hijo, mío! Contigo siempre en mi corazón.

Te quiere, con amor eterno,

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A mi hijo no le gusta Halloween

Ahalloween mi hijo no le gusta Halloween. A mi tampoco.

Mi hijo lleva varios días diciendo que no le gusta Halloween. No entiende por qué en el cole estos días gira todo en torno al miedo, a la muerte, a disfraces para asustar a los demás… Dice que a él le gustan las cosas más cariñosas.

Y yo le doy la razón. No solo pienso que es una «americanada» que nos podíamos ahorrar, sino que creo que tenemos otras tradiciones mucho menos asustadizas que celebrar. Sé que está de moda, pero cuando queremos dejamos la moda a un lado para poner de moda otras cosas. Se que es algo «cultural», pero cuando nos da la gana dejamos de celebrar fiestas milenarias para no ofender a otras culturas.

Vivimos en la cultura del miedo, de la muerte, y yo quiero vivir desde la vida, desde el amor, la belleza, el encuentro… en fin otra cosa mariposa. Y precisamente yo, que «convivo» con la muerte cada día, no solo en mi trabajo, sino también en mi propia experiencia personal. Quien me conoce sabe que me apasionan los cuidados paliativos. Que me esfuerzo por ayudar a otras personas en duelo, que pongo de manifiesto siempre las necesidades espirituales del final de la vida… Quizás precisamente por eso, en estas fechas que recordamos a nuestros difuntos, tratar el tema de la muerte con la sorna que se  hace hasta me ofende. Cuando te esfuerzas en explicar a un niño que su familiar que se ha ido lo ha hecho para siempre, encontrarme a «muertos vivientes» por la calle no es lo que más me apetece. El dolor de mucha gente que conozco, que está en duelo, que ha perdido quizás a su hijo, que tienen heridas en el alma para toda la vida, ese dolor me parece tan sagrado, tan merecedor del respeto más profundo, que Hallowen  no es para mí una  fiesta.

Me río hasta de mi sombra. Me encantan las bromas y el sentido del humor. Lucho por ser feliz cada día y sonreir  a cada instante. Pero hay cosas que no me dan risa.

A mi hijo le he ofrecido comprarle un disfraz de Halloween, pero no quiere. Le acompañaré a la fiesta de disfraces del cole si le apetece participar. Si no quiere le he prometido que ese día nos lo tomamos de vacaciones y nos iremos toda la familia al campo a comer castañas y nueces y a buscar setas y espárragos, y a inventar historias y coger piñas. Lo que él decida.

 

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Día del recuerdo

Hace mucho tiempo, mucho, que no escribo en este blog que tanta compañía me hizo y que tanto me sirvió. Se ve que ando liado y no tengo tiempo para nada. O quizás no se ve, pero a veces huyo de encontrarme con este compañero de viaje por todo lo que «remar mar adentro» lleva implícito.

Pero el otro día celebramos «el día del recuerdo», y sentí de nuevo la necesidad de escribir, como hacía tiempo que no sentía. El día del recuerdo… Un día especial para recordar a nuestros niños que ya no están, junto a grupo de papás valientes que no se resisten a que el tiempo pase indiferente. Fue solo un gesto, un barquito de corcho y papel en la orilla del mar, pero fue hacer visibles a nuestros niños. Había tanto amor en cada barco, en cada vela.

Y es que no hay día que no te recuerde, porque uno no puede olvidarse de sí mismo. Y es que cuanto más tiempo pasa, más te echo de menos. Nos mintieron cuando nos hicieron creer que «el tiempo lo curo todo», porque hay heridas, las del alma, que no tienen cura, que son para siempre. Porque tú, Daniel, eres mi hijo. Mi segundo hijo de los tres que tengo.

Y cuando consigo serenar mi corazón, brota de él un sentimiento de agradecimiento infinito. Agradecimiento a Carmen, mi mujer, mi compañera de camino, por su valentía, por su entrega a nuestra familia y a tantas otras que necesitan una palabra de aliento y de esperanza. Gracias a Pablo y a Gaby por su amor tan puro y tan sincero. Ellos reflejan con nitidez el Amor y hacen que todo tenga sentido. Y gracias a tantas familia que nos acompañan en esta senda de una mater-paternidad diferente, familias valientes y sinceras. El otro día éramos padres, madres, hermanos, abuelos, tíos, primos… juntos el dolor es mas llevadero.

Y gracias a ti Daniel, porque me enseñas cada día a ver el mundo de manera distinta. A ver la vida con otros ojos. A ver el dolor y el sufrimiento ajenos no tan ajenos. Y a creer en la esperanza.

Allí, en la orilla del mar, en la playa de Marbella, pensé en muchas cosas. Pensé que ese mar comunica sin frontera alguna, con la misma orilla peruana donde nos bañamos poco antes de tú nacer. También pensé que orillas como esa se llenan a veces de cadáveres de niños que intentaron llegar a un lugar donde no hubiera guerra. Y que el dolor de perder a un hijo en una patera debe ser insoportable.

Gracias a todos los que respetan nuestro recuerdo, a los que tratan con respeto y cariño nuestro recuerdo, y son capaces de recordar con nosotros.No sabéis el bien que nos hacéis a los que hemos perdido un hijo.

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